Peseta Street Journal

 Desde el inicio de la revolución industrial allá por finales del siglo XVIII, las fábricas y los trabajadores han sido figuras fundamentales a la hora de desarrollar sus actividades adjuntas. Sigue siendo esta la realidad a día de hoy, en pleno siglo XXI, en la que los trabajadores cumplen amplias jornadas laborales realizando, muchos de ellos, labores físicas exhaustas y en las que, para colmo, su salud mental y física acaba, en algunos casos, con sus vidas.
       Me fascina, en esta línea, la labor y las prioridades del Gobierno; ¿cómo vamos a cuidarnos si ni siquiera ellos son capaces de aportarnos los materiales necesarios que no supongan un riesgo para nuestra salud? Puede parecer que esto, a lo largo de los años, ha ido mejorando y ya se ha terminado de erradicar; sin embargo, supone una realidad para algunos trabajadores actuales, que sin ellos saberlo se pasan las ocho horas laborales manejando piezas o inhalando sustancias que si no les provocan bajas laborales recurrentes, les provocan cáncer o la necrosis de ciertos tejidos que desemboca en amputación.
       En este contexto, cuesta no imaginarse a una familia llorando por la muerte de un ser querido; una mujer que no puede evitar culparse ante de falta de atención que prestó a su marido en sus últimos meses de vida, unas hijas que crecerán sin una figura paterna o unos padres que reclaman una solución urgente ante esta situación y un largo etcétera de consecuencias que parecen no estar a la altura ni merecer la pena para aquellos a quienes solo les importan los números rojos y cumplir con su cometido para mantenerse en su puesto.
       Tras todo lo dicho, solo siento una profunda decepción por las prioridades del Gobierno, pues todo queda regulado por las normativas vigentes, y las de los altos cargos y las decisiones que toman, porque parece que lo barato y rápido, sin tener en cuenta las vidas que esto pueda acarrear, prevalece en todo momento por encima de una vida humana; al final si va a ser verdad que nos comportamos como verdaderos animales y no como seres humanos.
Lucía Muñoz Marchante – 2º Bachillerato