Peseta Street Journal

Es de sobra conocida la excelente retórica de Gabriel Rufián, un político que, más allá de filias o fobias, domina como pocos la palabra. Miembro de Esquerra Republicana (ERC), Rufián es, guste o no, uno de los oradores más contundentes del Congreso de los Diputados.

Hace poco reprochaba, en sede parlamentaria, las palabras del presidente Sánchez, quien afirmó que esta sería “la legislatura de la vivienda”. Nada más alejado de la realidad.

Y en esta ocasión, hay que decirlo: lleva razón, quizás no toda, pero sí buena parte.

Porque no, señor presidente, la vivienda no está en su mejor momento. Está disparada. Eso es irrefutable. Los precios, especialmente los del alquiler, son inasumibles no ya para una minoría vulnerable, sino para la gran mayoría. Comprar o alquilar un piso, uno digno, en una gran ciudad se ha convertido en una odisea para miles de jóvenes, familias y trabajadores.

Y no es que falten viviendas. Al contrario: hay más de 3,7 millones de casas vacías en España. Pero muchas están ubicadas en zonas menos pobladas, lejos de los principales núcleos urbanos. Y los seres humanos, oh sorpresa, nos empeñamos en vivir todos en el mismo sitio. Así, nadie pugna ni pelea por un estupendo chalet en medio de Burgos, pero se pagan auténticas millonadas por un escueto ático en Sol, quizás un minúsculo estudio en la Gran Vía. Parafraseando a Rufián, se vive en zulos pagando como si fueran palacios.

¿Por qué ocurre esto? La explicación es relativamente simple: Hay más personas buscando pisos, que pisos que las cuentas bancarias de esas personas puedan asumir. La demanda supera la oferta de viviendas accesibles, y eso dispara los precios. Al principal problema se suman los fondos buitre, los pisos turísticos, la especulación, los grandes tenedores…etc, pero cuidado: aunque todos tienen su parte de la culpa, no poseen ni de cerca la mayor parte del parque de viviendas. La mayoría de los pisos, casas, apartamentos o similares, pertenecen a pequeños propietarios. Y estos, ante trabas, fiscalidad punitiva, o inseguridad, se retiran enseguida del mercado, reduciendo aún más la oferta.

Mientras tanto, se construye poco o directamente no se construye. Y así, los precios siguen subiendo. Y la vivienda, derecho fundamental, pasa a ser mero producto comercial.

Entonces, ¿qué se puede hacer? Quizás la solución no pase tanto por regular, imponer o prohibir, sino por competir. Tal vez el Estado deba funcionar como una empresa a gran escala: construir viviendas de forma masiva, venderlas a precios razonables, generar economías de escala, levantar barrios enteros. Forzar al mercado a bajar los precios no mediante control, no a base de decreto o prohibición, sino con exceso de oferta. En suma, ganar al mercado en su propio juego. 

Las personas descontentas son un gran caladero de votos. Siempre que haya frustración, habrá partidos dispuestos a prometer soluciones milagrosas a cambio de un escaño. Y así, la patata caliente va pasando de legislatura en legislatura, de gobierno en gobierno, 

Así que, señor Rufián, enhorabuena, es usted un gran político, un gran orador. Pero en España, a día de hoy, nos sobra política y nos falta valor, y bastante humanidad.

Mario Maldonado Jaramillo – 1ºBTO