El cristal es un material que todos conocemos; de él están hechos una gran cantidad de objetos que usamos en el día a día, vasos, gafas, botellas, bombillas, etc. Es distinguido por ser una sustancia frágil y aparentemente fácil de romper, por ello, es irónico que se haya usado para nombrar una de las realidades de hoy en día más complejas de cambiar; el techo de cristal.
Últimamente parece estar en boca de todos, pero ¿qué es realmente el techo de cristal? Para responder esto, se puede plantear otra pregunta, ¿cuántas mujeres conoces, o por lo menos sabes que existen, que sean las grandes CEO de alguna empresa? Es posible que se te haya venido alguna a la cabeza, pero si piensas en la cantidad de hombres que ocupan estos altos cargos en comparación, es obvio que ahí algo pasa. ¿Es que acaso las mujeres somos menos capaces de crear y dirigir empresas y de desempeñar las funciones que esto implica? Quizás no, quizás es que la sociedad patriarcal, que hace unos años no permitía a las mujeres ni trabajar y que lleva desde tiempos inmemoriales diciéndonos que los hombres son los que tienen que liderar, nos priva de explotar todo nuestro potencial impidiéndonos de esta manera llegar a esos puestos, a pesar del empeño que pongamos.
Definido por expertos en igualdad como “una barrera invisible pero infranqueable” el techo de cristal impide que las mujeres puedan acceder a la cima de la pirámide empresarial, independientemente de sus capacidades, logros y esfuerzos. Es increíble cómo hay quien duda de las aptitudes de una persona para ciertos cargos sólo por ser mujer, pero claro, ¿cómo iba a estar una mujer más capacitada que un hombre? ¡Si es una mujer!
Imagina intentar hacer algo con todas tus fuerzas, poner empeño y dedicación en conseguirlo, y cuando estas a punto de lograrlo, te viene alguien y te dice que no, que está mucho más cualificado que tú Manolo, de 55 años, que no ha trabajado en el ámbito en su vida y ni siquiera tiene los estudios necesarios para el puesto. Claro que Manolo no se va a quedar embarazado, ni va a interrumpir su ritmo de trabajo por “desajustes hormonales”; ni tampoco va a estar pensando en la comida que hará mañana o toda la ropa que tendrá que planchar al llegar a casa, y por tanto es más inteligente contratarle a él, ¿no?
Todo esto, por supuesto, va unido a una brecha salarial inmensa, que hace que el problema no sea solo que las empresas casi no contraten a mujeres, sino que además a las que sí contratan, les pagan mucho menos que a un hombre que ocupa exactamente el mismo puesto de trabajo y por tanto hace lo mismo que ella.
De esta forma se están perpetuando esos roles de género tan machistas que nos dicen que los hombres mandan y las mujeres son mandadas, y punto. Podría parecer que con las nuevas generaciones ese pensamiento está cambiando, pero la sorprendente realidad es que una inmensa cantidad de personas siguen opinando lo mismo, y si esto sigue así, es imposible que sigamos avanzando. Estamos atrapados en un maldito bucle.
Noelia Martín Rodríguez – 1º Bachillerato