Peseta Street Journal

El otro día iba andando por la Gran Vía y de repente me paré en seco. Había mucho ruido a mi alrededor. Gente subiendo y bajando por la calle a toda velocidad, cada uno pensando en sus cosas y con un sitio a donde ir. En medio de todo el bullicio había un hombre sentado en la calle, mirando hacia el suelo y con un cartón entre las piernas en el que decía, “AYUDA POR FAVOR, no tengo casa ni dinero para comer” y me hizo pensar: nadie se ha dado cuenta de que esa persona está ahí. Pese a lo modernas que son nuestras sociedades, hay muchas personas en la misma situación que el hombre de la Gran Vía. El sinhogarismo es uno de los males de nuestros días, personas invisibles que nos piden ayuda y que nos necesitan.

Por desgracia, pocos, entre los que me incluyo, se acercan a las personas sin hogar. Muchos les culpan de haber llegado a estar así. Pero muchas veces no se le puede acusar de su desdicha. Nos puede pasar a todos. Si nos despiden, problemas familiares o mentales e incluso alguna mala decisión, nos puede llevar a quedarnos en la calle. Hemos de ser conscientes de que eso nos puede pasar a todos, de que esas personas posiblemente tuvieron una vida cómoda, como nosotros hoy, y sin embargo ahora tienen que verse así. No son culpables, son víctimas. La sociedad las aparta. Prácticamente nadie se preocupa de los sin hogar. Si una persona no tiene donde asearse, donde descansar, donde cortarse el pelo y poder arreglarse, es imposible que se pueda presentar a una entrevista de trabajo, de forma que su vida se convierte en una desesperación.

La economía también tiene la culpa. La subida de las viviendas hace casi imposible acceder a una, el incremento de los tipos de interés produce desahucios. En el caso de que el sinhogarismo haya sido producido por un problema mental, se ve agravado por la falta de asistencia sanitaria para estas personas.

Los gobiernos deben actuar rápidamente para que todas las personas puedan ejercer uno de los derechos fundamentales más importantes recogidos en nuestra Constitución en cuyo artículo 47 declara que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada…” Desde pequeños hay que enseñar a los niños en el colegio a mirar a los sin techos con empatía, no con asco y, si las entidades públicas no les ayudan, apoyar a las ONG’S que les protegen.

Sólo tenemos una vida y es muy triste que algunas personas se tengan que ver así, mientras que otras nadan en la abundancia.

Una palabra que aparece hoy en muchos medios de comunicación es la aporofobia, es decir, el odio a las personas pobres o desfavorecidas. Este fenómeno ha llevado a algunos a cometer auténticas barbaridades como el caso de unos jóvenes que en el 2015 quemaron viva a María Rosario Endrinal. Por desgracia, “gracias” a este hecho la aporofobia entró en el Código Penal. Encima de lo que tienen sobre sus espaldas, algunos les queman vivos.

Creo que todos y todas deberíamos pararnos a pensar y actuar, cuando veamos a una persona en esa situación, tirada en la calle. No hay que olvidar que, detrás de esa persona, hay una historia.

Paula Liberal – 1º Bachillerato