Peseta Street Journal

Ella bailaba, simplemente no paraba de bailar, de moverse; de vivir.

Ella bailaba, y con ella sus pensamientos revoloteaban por el aire, el cielo y las nubes,

formando constelaciones de sueños, danzando al son de su ritmo,

esperando el momento idóneo para ser perseguidos por su dueña.

Ella bailaba, encantaba al mundo con su movimiento, agitaba las mentes de unos

y despertaba los recuerdos de otros.

Mientras bailaba, llenaba de flores el jardín de su mente. Las cuidaba. La regaba.

Le gustaba verlas crecer, pero aun así, no era lo que más la preocupaba.

Ella bailaba, y sus flores sacudían sus tallos, dejando libres sus pétalos al viento, sin

preocupación alguna, ajustando sus hojas al movimiento.

Otoño. Época de disfraces, botas de agua y charcos. La niña desliza sus pies por el barro.

Relevé, plié, développé y grand jeté; bailando las hojas empezaron a caer.

Una, dos, tres piruetas. Las primeras flores caen muertas dentro de su cabeza.

Ella bailaba, mientras las flores se volvían marchitas, no se rendía, no paraba,

estiraba sus manos como agarrando margaritas.

Ella bailaba, aunque sabía que aquello mataría sus flores, lo sabía, pero no paró, porque

bailando se sentía como nunca antes: libre; viva.

Finalmente las flores se derrumbaron en su mente,

su cuerpo incapaz de dar una vuelta más, exhausta por haber vivido alegre y feliz.

Su cuerpo descansa sobre el pasto,

las flores de su mente haciendo su camino de vuelta al espacio. No llora.

No llora porque en su recuerdo ella baila eternamente.

Sonríe de manera alegre pero sin fuerzas, las flores siguen y seguirán muertas.

Mientras pierde la consciencia, sonría embelesada,

porque aunque ya no viva,

ella bailaba.

Claudia Nieto