Desde hace más de 3000 años y solo dos veces al año, el 21 de febrero, día del nacimiento de Ramses II, y el 21 de octubre, día de su coronación, el sol entra en el hueco de una montaña e ilumina un pasillo de más de cincuenta metros de profundidad para iluminar tres estatuas, dedicadas al faraón Ramsés II y a los dioses Amon y Ra. A su lado, una cuarta estatua permanece eternamente en penumbra: Es el dios Ptah, el dios de la oscuridad de los antiguos egipcios.
Egipto tiene muchos monumentos impresionantes, como el Templo de Karnak con uno de sus patios con 134 columnas grabadas con coloridos jeroglíficos, el Valle de los Reyes con sus maravillosas tumbas excavadas en la roca, antaño repletas de dorados tesoros, o una de las principales atracciones, las grandiosas y archiconocidas pirámides de Giza. Sin embargo, hay otro lugar especialmente impresionante que atrae a cientos de turistas diariamente: Abu Simbel.
Llegar a hasta Abu Simbel es un acontecimiento en sí mismo, el traslado hasta allí dura casi cuatro horas de autobús (desde Aswan) y hay que levantarse de madrugada para llegar en las primeras horas de luz del día y no permanecer allí en las horas de más calor (que está en el desierto). Abu Simbel está situado en la parte más alejada de Egipto, casi en la frontera con Sudán, en el antiguo reino Nubio, un territorio fundamental para el antiguo Egipto, pues de allí salieron los faraones de la XXV Dinastía, que reunificaron el Alto y el Bajo Egipto. Un territorio que se extendía además hacia Sudán, donde de hecho hay más pirámides (tumbas) que en el propio Egipto actual.
Pero volvamos a Abu Simbel y al templo allí construido por el faraón Ramsés II. El templo tardó en construirse unos veinte años y fue acabado casi en la mitad del reinado de Ramses, cuando llevaba ya 24 años en el trono, alrededor del año 1264 a.c.
Este templo está dedicado a la guerra, concretamente cuenta su victoria en la batalla de Kadesh contra el imperio Hitita, el principal rival de los egipcios en aquella época. Ramses II reinó durante nada más y nada menos que 66 años, murió con unos 90 y su reinado está considerado, sin duda alguna, el más grandioso de todos los faraones.
El templo está construido en las orillas del río Nilo, excavado en la roca. Mide treinta y tres metros de altura y treinta y ocho de ancho, además de los cincuenta metros de profundidad a los que aludía al principio. Cuatro figuras colosales, de más de 20 metros de altura, guardan su entrada, y se aparecen ante nosotros como cuatro gigantes sentados tomando el sol. El templo en sí mismo resulta impresionante, tanto que parecería haber sido construido por los propios dioses, pero lo es aún más si lo vemos en su contexto histórico: en esa época, en el oeste de europa, aún vivíamos en la prehistoria y aún faltaban, por ejemplo, más de 1300 años para que los romanos construyesen el Coliseo.
Por último, hay que recordar que la construcción de la presa alta de Aswan que tuvo como consecuencia la formación del lago Nasser, puso en peligro la supervivencia de muchos monumentos egipcios, el más importante, por supuesto, el templo de Abu Simbel, pero también muchos otros (¿Os suena el Templo de Debod, verdad?), y forzó al gobierno egipcio a abordar un nuevo prodigio de la ingeniería, el traslado, pieza por pieza, del templo unos cuantos metros hasta su actual ubicación donde yo he podido visitarlo y donde hoy puede admirarse y disfrutarse. Aunque, eso sí, los ingenieros modernos cometieron un pequeño error de cálculo y el magnífico evento solar que os contaba al principio, se retrasó un día, ocurriendo en la actualidad cada 22 de febrero y 22 de octubre.
José Ortiz Puentes – 1º ESO