El catalán se encuentra en el ojo del huracán político. Distintos partidos usan esta lengua como instrumento para dividir a la población y movilizar votantes. Esta situación no se repite con otras lenguas cooficiales como el gallego, el euskera o incluso los propios dialectos del catalán.
La verdad es que la lengua catalana no está pasando sus mejores momentos. Los jóvenes cada vez usan menos el catalán fuera de las escuelas e institutos. Según encuestas recientes tan solo el 25,1% de los jóvenes lo habla de manera habitual, cifra que hasta antes de 2007 ascendía hasta el 43%. A pesar de los esfuerzos recientes de incentivar su uso mediante las redes sociales y programas de televisión, parece que no se consiguen remontar los datos. Recientemente, el gobierno de España junto a grupos nacionalistas promovieron una reforma del Reglamento del Congreso para permitir el uso de las lenguas cooficiales en este, y está en proceso la tramitación del reconocimiento como lenguas oficiales de la Unión Europea. Puede que este sea el futuro del catalán, puede que su destino sea quedar como una lengua administrativa, usada por organismos oficiales y nada más que eso. Puede que desaparezca totalmente como lengua callejera y de comunicación habitual.
El catalán no vive una situación así desde la dictadura franquista, cuando fue duramente reprimido, apartado del ámbito administrativo y relegado a un uso furtivo en el hogar. Irónicamente, a día de hoy, en un contexto de democracia, la lengua catalana está viviendo una situación totalmente opuesta. En la última década, el nacionalismo catalán, ha convertido al idioma, junto a lazos amarillos y esteladas, en símbolos de la independencia. La lengua, que forma parte de la identidad de todos los catalanes, ha quedado reducida a uno de los muchos símbolos usados en este ambiente de división política en el que vivimos.
Ya en el momento crítico del procés, España comenzó a creerse el relato independentista y muchas personas comenzaron a asociar el catalán no con una región, sino con una ideología, que, de hecho, no representa a todos los catalanes, viendo en ella una amenaza que busca separar y corromper la integridad territorial de España. Este discurso de odio fue especialmente difundido por el sector más conservador de la política, que promovió un boicot lingüístico y cultural contra Cataluña.
Al final, no es la primera vez que sucede algo así en España, parece que a nuestros políticos les encanta apropiarse de simbología que nos pertenece a todos. Lo mismo ha pasado con nuestra bandera, depende de a quién le preguntes te dirá que la derecha ideológica se ha apropiado de ella o que la izquierda estigmatiza a cualquiera que la lleve.
Lo cierto es que, al igual que nuestra bandera, la cultura y lengua catalana forma parte de los bienes culturales de España pues, aunque a algunos les moleste, vivimos en una nación multicultural. Deberíamos celebrar la diversidad cultural que hace que España sea lo que es a día de hoy y la que nos identifica como nación. Dejemos por favor de demonizar este idioma porque, de seguir así, puede que se pierda en el tiempo como muchas otras lenguas que han quedado en el pasado.