El 29 de octubre de 2024 la provincia de Valencia se veía sacudida por la tragedia como nunca. 224, esos fueron los muertos que dejaba la fatídica DANA. Y aquí estamos, a finales de 2025, casi un año después, sin haber depurado responsabilidades, sin haber atajado el quid del problema. España sigue con una herida abierta.
Empecemos por las responsabilidades. Estas incluyen a los gobiernos tanto regional, como nacional. A la escasa, más bien nula, cooperación entre los políticos de unos y otros partidos, que vieron en la catástrofe una manera de obtener rédito político. Y mientras el pueblo a “verlas venir”.
Recordemos frases infames. Estaba comiendo, Carlos Mazón. Si quieren ayuda que la pidan, Pedro Sanchez. Ambos son políticos de altísimo nivel que han demostrado una escasa catadura moral. Una auténtica vergüenza. Tardar en declarar el nivel de emergencia, en enviar al ejército a ayudar a los afectados, movilizar medios de toda índole, en avisar a la población. Cuando cesaron las lluvias, bajo el agua, y pasó todo peligro, fue entonces cuando aquellas figuras que debían, en el más alto de los imperativos haber sido garantes de seguridad, hicieron su aparición. Pero el pueblo, aún embarrado, no olvida tan fácilmente, y estas visitas no fueron precisamente bien recibidas, ni de unos ni de otros.
Llegó así el momento de liberar fondos para paliar el bolsillo de los afectados, de darles algo con lo que volver a empezar, a reconstruir su vida y la de los suyos. Pero quien esperaba que estos fondos se enviarán con cuentagotas. Curiosas, como poco, las prioridades de nuestros gobernantes. Aunque tampoco habría que extrañarse, dado que los afectados del volcán de la Palma siguen esperando esos millones tantas veces prometidos por unos y por otros, y siguen viviendo en contenedores. Desde el 2021. En fin.
Volviendo al tema que nos ocupa, más allá de las meteduras de pata, de la extrema lentitud en la llegada de ayudas, y la inexistente cooperación entre administraciones, están los hechos.
Es un hecho que la ciudad de Valencia y aledaños llevan sufriendo el mal que representan las avenidas y las inundaciones desde que se tienen registros. Es un hecho que la naturaleza está mucho antes de que llegásemos nosotros, los seres humanos. Es un hecho que todo esto se comprendió hace mucho, y por ello en Valencia, tras la inundación del 57, se desvió el cauce del Turia fuera de la ciudad, se represaron ríos, se embalsó la cuenca aguas arriba, encauzaron torrentes… un plan hidrológico diseñado específicamente para salvaguardar Valencia de las furibundas aguas que todo se llevan. Y vaya si funcionó bien ese plan, que la capital se salvó de la DANA.
Ahora bien señores políticos, dejen de echar pestes de unos y otros, y atajen el problema. Barrancos, torrentes, y cauces de similar condición (que en lluvias torrenciales pueden llegar a tener el mismo caudal que el Ebro) pueden y deben ser encauzados, desviados, controlados y mantenidos todo el año. Las casas no deben levantarse más allí donde el agua se las pueda llevar. Y sobre todo, nunca, pero nunca se debe volver a abandonar de semejante forma a las personas, ni antes, ni durante, ni tras un aciago suceso. El pueblo salva al pueblo. Más vale que no se convierta en norma.
Mario Maldonado Jaramillo