19 de agosto, 1883
Puedo sentir la luz del sol entrar a través de mis débiles párpados y el aroma del dulce río Loira a través de la brisa que entra por la ventana. Las sonrisas de mis orgullosos padres relucen en mares de alegría y mis llantos se podrían oír a kilómetros de distancia. Con el rabillo del ojo puedo ver a mi hermana tirando del vestido de mi madre en busca de atención, pero ella está demasiado ocupada examinándome. Tiene el pelo recogido en un moño y está agotada por el parto, pero sigue siendo bellísima. Sus penetrantes ojos verdes esmeralda podrían iluminar toda la habitación sin esfuerzo y sus dedos largos y sedosos entrelazados en mi cuerpo son como una canción melodiosa, cual único fin es tranquilizarme. Esta mujer es la luz de mi vida, espero no perderla nunca.
21 de abril, 1887 (cuatro años después)
Las láminas de madera del suelo de mi casa crujen a cada paso que doy, parece que vayan a partirse en cualquier momento. Es un lugar frío y apenas entra luz por las polvorientas ventanas, aunque me encanta esta casa. Es muy acogedora y puedo llamarla mi hogar. Me gusta ir correteando por ella e ir de puerta en puerta por las mañanas despertando a todo el mundo. No veo a mis padres habitualmente debido a que están trabajando en el campo o vendiendo productos por todo el país. La mayor parte del tiempo lo paso con las monjas del hospital de Saumur (donde nací) o jugando con mi hermana mayor de cinco años. A pesar de todo esto, mi parte favorita del día llega por la noche, cuando nos vamos a dormir. A esa hora mi madre suele llegar de trabajar, y por muy cansada que esté, siempre se sienta a los pies de nuestras camas y nos cuenta historias. Cada día que pasa se va debilitando más y más, y es que por mucho que lo intente fingir cuando está delante nuestro, yo puedo ver tras sus ojos débiles y apagados.
Un día de 1895 que prefiero no recordar (ocho años después)
Lágrimas caen de mis mejillas a un ritmo constante. Me estoy ahogando en un mar de tristeza y desesperación del que no puedo salir, no encuentro el rumbo. Mi madre lleva tres años enferma. Siempre he sabido que este día llegaría, pero jamás imaginé que pudiese suceder tan pronto. Yace en una cama de rosas rojas y blancas tan bellas como ella. Sus finas manos están colocadas sobre su pecho en forma de cruz y aún no se le ha borrado la sonrisa de la cara. Como voy a echar de menos esa sonrisa. Levanto la cabeza un momento para mirar a mi padre. Me está mirando con pena y decepción. Miles de pensamientos me llegan a la cabeza al ver esa mirada… ¿Qué será de mi hermana y de mí ahora que mi madre ha muerto? Mi padre no se puede permitir tenernos a las dos en casa, somos demasiado pobres. Alzo la mirada una vez más para encontrarme con los ojos de mi padre y asiento con confianza, sé lo que tengo que hacer. Sus ojos se llenan de lágrimas las cuales intenta esconder, pero ya es demasiado tarde. Rompe a llorar y abrazándome me susurra al oído:
-Sé que llegarás a muchas cosas en la vida, simplemente no te rindas, y haz que tu madre esté orgullosa de ti.
Con estas palabras, me cogió de la mano a mi hermana y a mí y partimos de camino al orfanato de Saumur.
2 de junio, 1901
Mi hermana me ha acompañado hoy a conseguir empleo en una pañería después de haber estado bastante tiempo como ayudantes de sastre. Los hombres que trabajaban ahí nos han invitado esta noche al cabaret de la ciudad y estoy bastante nerviosa ya que nunca he atendido a uno. Siempre me ha parecido muy interesante el mundo del espectáculo. Los cantantes, actores, pianistas… estoy deseando ir. Me han dicho los hombres de la pañería que vista mis mejores galas, y después de mucho tiempo ahorrando, por fin tengo el suficiente dinero para comprar un vestido.
Las bailarinas han sido algo de otro mundo. La música resonaba en mis oídos como la más dulce melodía. El pianista tocaba con tanta facilidad las teclas que parecía que sus dedos estuviesen bailando. Y yo… bueno, digamos que ha pasado lo que menos me esperaba. Los hombres que habían venido con nosotras han tomado nuestras manos y nos han levantado de nuestros asientos para que bailásemos con ellos. Todo ha empezado como un simple juego, y se ha convertido en algo más. Los dueños del local han entrado en ese mismo instante y nos han estado observado. Al acabar la canción se han aproximado al lugar donde estábamos y me han mirado con cara perpleja. Nunca me podría haber imaginado que de una simple noche de diversión en el cabaret, me hubiesen ofrecido trabajar ahí como bailarina.
4 de marzo, 1906
Después de pasar tantos años desarrollando mis habilidades como bailarina en el cabaret, he decidido venirme a vivir a Vichy. Siempre he querido actuar como una gran bailarina, y espero que mis aptitudes para ello sean lo suficientemente buenas como para impresionar a los productores.
11 de marzo, 1906
Más de una semana llevo intentando tener éxito en las audiciones, y es que por muy asombrados que parezcan los productores con mis capacidades físicas, necesitan una voz, y yo no puedo darles eso. Mi única esperanza es encontrar trabajo en esta inmensa ciudad.
23 de octubre, 1910
Hoy es el gran día. He decidido abrir una tienda de sombreros en París. Siempre me ha parecido espectacular la moda francesa y los sombreros confeccionados con detalles y sortijas. Desde mi punto de vista, las joyas y los sombreros son los complementos imprescindibles en una mujer. Quiero enseñarle al mundo lo que puedo hacer y el primer paso para lograrlo es abriendo esta tienda. No dejaré de bailar ya que fue mi primera pasión y nunca la olvidaré. Sacaré tiempo para hacer todo lo que me gusta, y empezaré a vivir la vida con la que siempre he soñado.
El comienzo de la guerra, 1914
El cielo se ha nublado y la guerra ya ha empezado. Los aviones vuelan de un lado para otro, soltando bombas de todo modo. La gente corre, nadie estaba preparado,
pero hace tiempo que había llegado. En el fondo todos sabíamos que era el principio, pero es que teníamos miedo de admitirlo.
Puede que el mundo que conocemos se acabe mañana, y puede que su esfuerzo no haya valido de nada. Pensé que sería feliz haciendo lo que me gusta, pero veo que estaba ciega por la locura. Mi alma se debilita cada segundo que pasa, y me doy cuenta, de que he perdido la esperanza.
Esos días de sol que tanto ansiaba, se acabaron el día que mi madre marchaba. No volveré a ver a nadie sonreír, pues ya no advirtieron, de lo que tanto miedo tenemos,
la guerra se acaba mañana.
Cambiemos las pautas de la vida, 1918
Cuando pensábamos que todo estaba perdido, salió una luz a la que llamaron esperanza. Esa luz en la que nadie confiaba, nos ha podido sacar de la peor pesadilla jamás creada, el propio ser humano. Ponemos excusas para justificar lo que hacemos, pero en realidad todos sabemos que son sólo eso, mentiras que nos inventamos para justificar nuestros medios.
Se oyen cantos de alegría por las calles, y me ha hecho pensar… ¿Tendremos que volver a la rutina de siempre? Vestidos y faldas largas para trabajar, enormes sombreros decorados con plumas y joyas que reluzcan por cada rincón que pasamos. ¿Por qué no cambiar las reglas? Después de la guerra me siento cansada, y me pregunto si llevar ropa de hombres sería más cómodo. Es más, ¿Por qué no juntar ambos estilos y crear una obra de arte? Pantalones con camisas de encaje, zapatos de charol para mujeres, y la guinda del pastel, el corte de pelo. ¿Por qué no cortarse el pelo, me pregunto? Al fin y al cabo, es el principio de una nueva era, ¿y qué mejor manera de hacerlo que poniendo el mundo boca abajo?
La revolución entre las mujeres, 1920
Llevamos años calladas, y es hora de que hablemos. Nadie debería estar incómodo con las pautas que marca la sociedad sobre cómo debemos vestir o cómo nos enseñan a expresarnos desde jóvenes. Estamos hartas de que los hombres decidan lo que debemos y lo que no es apropiado que llevemos puesto. No nos ceñiremos a las pautas que estén ya escritas, sino que las cambiaremos y crearemos un nuevo guión sobre nuestras vidas. No debe ser el comienzo de algo a lo que nadie esté preparado, sino lo que llevamos ansiando tanto tiempo. Es hora de cambiar los roles de la vida y reescribir la moda entre mujeres que tan poco conocemos. Esta será una época diferente, la revolución de los pantalones.
Caridad Martín Cervera
2º Puesto en el VII Certamen de Relato corto “Beatriz Galindo”