Peseta Street Journal

Cuando alguien dice que habla 5 idiomas, saca matrículas de honor o hace 3 deportes, tendemos a pensar que esa persona es capaz de todo o, con otras palabras, que es “perfecta”. Las personas, especialmente los estudiantes, estamos cada vez más acostumbrados a ponernos objetivos muy ambiciosos y a establecer expectativas demasiado altas de nosotros mismos, llevando la autocrítica a un nivel excesivo y perjudicial para nuestra salud mental.

Pese a ello, la sociedad actual nos presiona constantemente a buscar la excelencia en todo lo que hacemos. Se está normalizando y se exige cada vez más que los alumnos alcancen estándares más altos que nunca, comúnmente conocidos como “perfección”. Pero la realidad es que un comportamiento excesivamente perfeccionista conlleva muchos más problemas que ventajas. Exigir resultados académicos “perfectos” a una persona suele desencadenar un estado de frustración constante y un empeño desmesurado por alcanzar las expectativas establecidas, con el objetivo de lograr la aprobación del entorno que le rodea.

En 2022, los expertos de la Universidad de Ottawa realizaron una investigación en la que relacionaron la autoexigencia excesiva con la ansiedad y la depresión, examinando el rendimiento académico de 604 adolescentes de entre 12 y 18 años. Según los resultados, los jóvenes muy perfeccionistas tenían mejores resultados académicos, pero peores situaciones emocionales. Sin embargo, aunque este estudio evidencia este problema, el perfeccionismo se está generalizando como un rasgo imprescindible en nuestra personalidad. A día de hoy, una vida sencilla y realista se suele interpretar como una señal de insuficiencia, hasta llegar a la subestimación del valor personal.

Como consecuencia de estos ideales, alumnos brillantes sobrepasan sus límites y se encuentran atrapados en un bucle de resultados excelentes y autoexigencia que les lleva a situaciones de baja autoestima y sentimientos de inferioridad, de culpa y de fracaso.

Como sociedad, debemos conseguir reducir esta presión y transformarla en una manera de mejorar sin sufrir por las expectativas y aprendiendo a tolerar errores. Es simplemente cuestión de cambiar la autoexigencia por la aceptación y el autocuidado, y de darnos cuenta de que no alcanzar la perfección no es un fracaso

 

Alegría Lobo Estrella – 3ºESO