Cuentan que hace un tiempo, en un lugar lejano, nació un niño llamado Samuel. Parecía un niño bastante normal: era alto, moreno y fuerte. Le gustaba montar en bicicleta, hacía sus deberes, con alguna dificultad, y también tenía amigos con los que jugaba muy a menudo… Y aunque este chico había nacido para hacer grandes cosas, había algo en él que no se lo permitiría: el color de sus ojos no le gustaba. Por eso le resultaba sencillo esconder su ojo verde con una lentilla y así todo el mundo miraba sus bonitos ojos azules. Además de tener los ojos de diferente color, nuestro protagonista escondía algo que nadie sabía: no podía controlarse.
Ocho años después, en un edificio de cinco pisos, se despierta un chico con un ojo verde como un bosque lluvioso y otro azul como los océanos. Este chico desea ir al colegio. Cada mañana podría preguntarse cuándo empezó a convertirse en lo que se ha convertido, pero no lo hace. En cambio, cuando se levanta, lo primero en lo que piensa es en a quién podrá pegar ese día. Despreocupado, mete en la mochila un bolígrafo, una hoja y se pone una lentilla en su ojo verde antes de salir de la habitación.
Yendo hacia el colegio se pregunta a sí mismo si hoy algo será diferente, porque normalmente, sus días pasan de la misma manera: va al colegio, molesta a alguien, sale del colegio, queda con amigos para darle una paliza al gafotas, al rarito, a la fea… Pero, casualmente, ese día no empezó como cualquier otro. Al llegar a clase, el profesor presentó a una nueva alumna:
-Ella es Noa y es vuestra nueva compañera de clase- dijo el profesor. Noa era de baja estatura, llevaba un lazo precioso sobre el pelo color ceniza, sujetaba un bonito bastón morado y tenía unos ojos muy peculiares, pues eran tan grises como las nubes en un día de lluvia. Pasaron unos segundos en los que a sus nuevos compañeros les dio tiempo a fijarse en su particularidad y, como siempre, empezaron las risas y los cuchicheos.
-Chicos, por favor, tratarla bien y acompañarla a su sitio, allí, al lado de Samuel – dijo el profesor con un aire enfadado. Alguien cogió a Noa del brazo, la guió hasta su pupitre y la clase empezó. Ella siempre presta atención, pero ese día decidió hablar con su compañero de al lado.
– Hola. ¿Cómo estás? – le dijo Noa con una sonrisa.
-No te interesa, cegata- respondió Samuel disfrutando del insulto. A Noa se le borró la sonrisa de la cara, pero al fin y al cabo, estaba acostumbrada a que le insultaran.
-Noa tocó la mesa con sus manos y advirtió que Samuel no había sacado ni el cuaderno. A continuación, le dijo:
– ¿Quieres que te ayude con el primer ejercicio? – Samuel se quedó atónito. Nunca, alguien, después de haber recibido uno de sus insultos había sido amable con él. Así que pensó que un solo insulto no era suficiente para molestarla, por lo que siguió burlándose de ella durante el resto de la clase.
Cuando acabó la clase, pasó algo inesperado. El profesor, consciente de lo ocurrido, pidió a los dos chicos que le acompañaran al pasillo porque quería decirles algo muy importante: -Bueno chicos, os he llamado porque he tenido una gran idea. Me gustaría quem trabajaseis juntos: Samuel, tú ayudaras a Noa a adaptarse y tú, Noa, ayudarás a Samuel a mejorar sus notas – contó el profesor muy emocionado. Samuel pensó que sería genial tener una víctima fácil tan cerca…, aunque parecía que con ella, sus insultos no hacían el mismo efecto. Noa pensó que sería genial porque ella sabía que Samuel necesitaba mucha ayuda y ella podía dársela.
– Me parece muy buena idea, podemos quedar por las tardes en la puerta del colegio y así nos vamos ayudando- exclamó una Noa muy emocionada.
-Vale…-respondió Samuel.
Pasaron los días y todo parecía ir según lo previsto. Samuel enseñaba el colegio a Noa y ella le ayudaba a él más de lo que pensaba. El chico seguía metiéndose en peleas y juzgando a las personas por su físico… Pero, inesperadamente, Samuel cada semana, era más amable con Noa. Mientras tanto Noa, esperaba el momento perfecto para hablar con él sobre algo muy importante, y debía ser pronto, porque cada vez le quedaba menos tiempo para intentar
cambiarle la vida.
Y ese momento llegó:
-Samuel, me gustaría hablar contigo sobre algo muy importante- dijo ella con una débil
sonrisa. Samuel miró a Noa y dijo:
-Vale, dime…-contestó impresionado.
-Bueno, creo que somos amigos y entenderás que quiero ayudarte. Puede que te enfades conmigo al decirte esto, pero me da igual, yo lo que quiero es que reflexiones… Tienes que aprender a controlarte, no puedes seguir juzgando y pegando a los demás. Yo no puedo fijarme en las apariencias porque…, bueno, soy ciega. Pero tú sí y tienes que dejar de hacerlo.
– dijo la chica conteniendo la respiración.
De repente, el mundo se paró para un chico y en un segundo pasaron cientos de cosas: una chica cae al suelo porque una enfermedad de la que nadie se había enterado que tenía, puede con ella. Un chico no puede parar de pensar en lo que le ha dicho alguien muy importante para él, pero a la vez no puede parar de gritar porque esa persona se ha caído en sus brazos. Se oyen gritos, la sirena de una ambulancia…
Nueve años después, en una casa de color azul y verde, vive un chico que no tiene miedo a mostrar quien es verdaderamente, que no tiene miedo a mostrar su precioso ojo verde. Un chico a quien hace nueve años una chica le enseñó a ver la vida de otra manera: con ojos de
colores.
Lucía Mª Peinado García – 1º ESO