Peseta Street Journal

Hace poco se di una situación espeluznante en un juzgado de Estados Unidos, no es la primera. Un niño de cuatro años sentado solo, nervioso, temblando ante un juez, eso fue lo que pasó. «¿Estás un poco nervioso, verdad?» preguntó la autoridad. «Sí», respondió el niño con un nudo en la garganta cuando la respuesta era obvia. Miedo, abandono, soledad, eso era lo que sintió ese niño tras la deportación de sus padres y solo en aquel juzgado. Diminuto, como una hormiga en un mundo de gigantes, así debió sentirse ese obre niño. ¿Te imaginas ir en busca de una vida mejor y volver a los principios?

La deportación de inmigrantes, sobre todo de personas latinas en Estados Unidos, es una injusticia que viola los derechos humanos y el debido proceso legal. En muchas ocasiones, estas personas son expulsadas sin tener la oportunidad de defenderse ante un juez ni de explicar sus circunstancias.

Este problema está empezando a generar graves repercusiones sociales y económicas en el país. Miles de seres humanos migran con la esperanza de encontrar seguridad, trabajo y una vida digna. La mayoría huye de la pobreza, la violencia o la persecución por pensar diferente, como es el caso de muchos venezolanos, hondureños, cubanos o mexicanos. Son devueltos a condiciones de vida inhumanas, donde predomina el miedo, la inseguridad, el sufrimiento y la falta de libertades. Una decisión que pone en riesgo su vida y se les niega la posibilidad de construir un futuro mejor, no solo para ellos, sino también para sus hijos.

Además, son precisamente muchos de ellos los que sostienen con su esfuerzo gran parte de la economía estadounidense. Trabajan en la agricultura bajo el sol, en los campos que luego alimentan al país, limpian calles, casas y oficinas para mantener las ciudades en buen estado, cuidan niños y ancianos con mucho cariño y paciencia , como si fueran su propia familia. Son los primeros en levantarse y los últimos en descansar. Sin embargo, su trabajo, aunque es esencial, pocas veces es valorado o reconocido. Es irónico pensar que un país tan desarrollado se apoye en las manos de aquellos que rechazan.

Y no solo eso, entre los soldados que defienden la bandera estadounidense hay miles de latinos que arriesgan su vida en guerras que no son suyas. Jóvenes, que con tan solo veinte años, dejan atrás su familia por defender una nación que les discrimina. Muchos de ellos lo hacen con la esperanza de obtener un futuro mejor o la posibilidad de quedarse en el país que consideran su hogar. Algunos han muerto en combate sin recibir el reconocimiento que merecían, y aun así su sacrificio sigue siendo ignorado por un sistema que les da la espalda.

Todo ser humano tiene derecho a quedarse, a ser escuchado y tratado con dignidad. No es justo llamarlos «ilegales» cuando lo único que buscan es una oportunidad para vivir en paz. Tal vez, en lugar de perseguir a quienes solo quieren trabajar y aportar, habría que prestar más atención a quienes verdaderamente incumplen las leyes, sin importar su nacionalidad y de dónde vengan. Porque nadie es ilegal por intentar sobrevivir, porque detrás de cada inmigrante hay una historia y una esperanza que merecen ser respetadas, y ningún muro ni frontera debería ser más fuerte que la humanidad que todos compartimos. Y a ese niño, nervioso y aterrado en el juzgado, sin poder recurrir a nadie, le hubiera venido bien un poco de esa humanidad.

Jimena García Baño – 1º BTO