Los primeros rayos de sol empiezan a hacerse paso entre la oscuridad que, tan solo unos minutos antes de comenzar a escribir esto, cubría completamente el pueblo. Las vistas desde el lugar que hemos adoptado como nuestro son las mejores de toda la comarca y las sensaciones que me provocan este amanecer son las mismas que sentí aquella madrugada de junio cuando me trajiste aquí por primera vez.
Dentro de apenas tres horas estaré en el tren de vuelta a casa y tengo la certeza de que pasará mucho tiempo antes de que volvamos a vernos, por eso no podía irme sin decirte esto.
He entendido lo mucho que echaré de menos estas montañas. Extrañaré los paseos cada mañana por los paisajes más verdes que he visto nunca, el aire fresco que se respira aquí, el tacto del agua gélida que baña este pueblo tan similar a cualquiera de un cuento de hadas y las historias que se cuentan en las noches de lluvia que a veces hacen dudar sobre la fina línea que separa la realidad y la leyenda.
Echaré en falta las excursiones a Santander para recorrer sus antiguas calles en las que tantos recuerdos felices he creado y lo bonita que se ve esta ciudad al caer la noche. Añoraré las noches estrelladas en las que nos preguntábamos si tal vez, en un lugar remoto habría otros jóvenes como nosotros contemplando la inmensidad del universo.
Me faltará este silencio que puede encontrarse tan fácilmente y que me permite pensar con mucha más claridad cuando esté de nuevo en la capital; pero en su lugar tendré los atardeceres en el Palacio Real, recorrer la parte antigua de la ciudad tratando de imaginarme cómo era trescientos años atrás y las montañas que rodean esta ciudad, que aunque incomparables a los valles sobre los que hablo también son un lugar maravilloso.
Cada rincón de Madrid desprende un encanto que no es equiparable al de cualquier otra ciudad, y siempre será mi lugar, mi hogar; pero el encanto de Madrid no me consuela en absoluto cuando lo que más me faltará al llegar a casa serás tú.
Lo supe la primera vez que te vi meses atrás cuando las hogueras iluminaban la playa para recibir el verano la noche de San Juan. Había música que ya se podía escuchar cientos de años atrás y todo el pueblo estaba reunido en la playa para festejar el inicio del verano.
No creo en el amor a primera vista, pero desde esa noche supe que estábamos destinados a querernos al igual que lo hicieron tantísimas personas en este pueblo desde tiempos inmemorables, y así fue.
Me has enseñado lo que realmente es el amor puro y verdadero, sin mentiras, sin rencores, sin dolor; y el precio que he de pagar por ello, por sentirlo, es saber que nos separan cientos de kilómetros.
Sé que esto es innecesario, que ya sabes todo lo que acabas de leer. Que tampoco hace falta que te diga que pasarán meses y meses antes de que yo sea capaz de olvidar todo esto, de olvidarte a ti y seguir con mi vida en Madrid.
Sabes que cada vez que mencionen este lugar sentiré un nudo en la garganta y que volverán a mi cabeza todos los recuerdos de este verano, que por mucho que la distancia haga que parezca imposible, siempre seremos nosotros.
Por mucho que lo parezca esto no es una despedida, tengo la certeza de que volveremos a vernos y que tendremos la oportunidad de estar juntos pero esta vez de verdad, sin una fecha que marque el final, y que no tendré que conformarme con el recuerdo de los días calurosos de agosto junto a ti porque viviremos mil cosas más.
CANDELA PIÑANA GARCÍA-UCEDA – 2º BACHILLERATO