Donald Trump gobierna el país más rico del mundo, Estados Unidos, y desde el pasado mes de noviembre, afronta su segundo mandato. Su llegada había generado muchas expectativas: Sus partidarios esperaban y esperan que sirva para mejorar la economía americana y, algunos, incluso la mundial. Sus adversarios, por el contrario, temían un fuerte deterioro en la economía, pero sobre todo en las relaciones entre los diferentes países y en la solidaridad dentro y fuera de los Estados Unidos.
Efectivamente, las medidas que más extrañan al mundo son los aranceles económicos que están a punto de provocar una guerra comercial, porque Estados Unidos que es la primera potencia económica y el primer consumidor mundial, ha decidido que todos los vendedores extranjeros que quieran vender su producto en EE.UU tendrán que pagar una serie de impuestos (los aranceles) altísimos por lo que les va a costar mucho más caro. Pero hoy no vengo a hablar sobre los aranceles, sino de un tema que es igualmente preocupante y que no se está siendo atendido tanto como debería.
Donald Trump y su gabinete quieren reducir el gasto público, tanto en el interior como en el exterior, especialmente en aquellas áreas que ellos no consideran importantes:
Dentro de Estados Unidos, con el lema “Make America Great Again”, ha creado el “DOGE” (Departamento de Eficiencia Gubernamental) cuya función se resume con una frase del presidente Trump: «Desmantelar la burocracia gubernamental, recortar el exceso de regulaciones, reducir los gastos superfluos y reestructurar las agencias gubernamentales». Esto ha afectado sobre todo a la sanidad, la cultura y la educación pública. Esta agencia está liderada por Elon Musk (el dueño de la compañía de automóviles Tesla, SpaceX, X etc.). Así, se han reducido o eliminado numerosos departamentos y se calcula que alrededor de 25.000 funcionarios públicos han sido despedidos.
Fuera de los Estados Unidos, el Secretario de Estado Marco Rubio (lo que vendría a ser nuestro Ministro de Asuntos Exteriores), el pasado mes de febrero, anunció la eliminación de 5.800 programas de ayuda humanitaria y al desarrollo de USAID (Agencia de Desarrollo de Estados Unidos) y del propio Departamento de Estado, lo que supondría nada más y nada menos que el 92% de su presupuesto. Estos recortes van a tener un impacto brutal en las organizaciones humanitarias y en las vidas de millones de personas en todo el mundo.
El sistema político y humanitario internacional después de la Segunda Guerra Mundial, se basaba en la cooperación entre los países dentro de las Naciones Unidas, y Estados Unidos era el principal sostén de ese sistema, era el país que más dinero aportaba a la economía mundial, a las Naciones Unidas y a sus agencias humanitarias, como Unicef, ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), la OIM (Organización Internacional para las Migraciones) o las agencias de desarrollo (FAO, UNDP, y otras muchas siglas, en definitiva, al progreso de países en vías de desarrollo y a la protección de los Derechos Humanos. Digo aportaba porque, desde que Trump llegó al despacho oval por segunda vez, se ha recortado gran parte del dinero con el que EE.UU. contribuía antes de su mandato a todas estas organizaciones internacionales y también a otras tantas dentro de su país.
ACNUR y UNICEF, por ejemplo, han visto recortado su presupuesto global en un 40% y van a tener que eliminar muchos de sus programas y despedir a miles de sus trabajadores, lo o que va a imposibilitar gran parte de su trabajo en la asistencia a refugiados y a niños en todo el mundo, pero especialmente a aquellos que viven en los países más afectados por las guerras, los desastres naturales o la pobreza, como República Democrática de Congo, Sudán del Sur o Bangladesh, entre otros.
Yo no sé mucho de economía y aún es pronto para saber cuál va a ser el alcance total de estas medidas, pero sí que sé cómo van a afectar estos recortes de presupuesto y de plantilla a todos estas organizaciones y sobre todo a los refugiados y a los niños urgentemente necesitados por su situación, ya sea porque su país esté en guerra o por que sean perseguidos o porque simplemente busquen una vida mejor, ya que todo el mundo se merece una vida mejor.
José Ortiz Puentes – 2º ESO