Recientemente, numerosas obras expuestas en museos de todo el mundo han sido víctimas de vandalismo por parte de varias asociaciones de activistas medioambientales. Es el caso de La Gioconda, expuesta en el Museo del Louvre; y Los Girasoles, en el museo National Gallery de Londres. El pasado mes de octubre, dos activistas arrojaron salsa de tomate sobre el vidrio que protegía este cuadro. A pesar de este hecho, sólo ha sufrido daños leves. Por ello, muchas galerías y exposiciones se han visto obligadas a tomar medidas frente a estos ataques. Es el caso del Museo Nacional del Prado, que en los últimos días ha decidido contratar a más vigilantes de seguridad, prohibir la entrada al recinto con comida y líquidos y proteger las obras de arte con cristales y vitrinas; puesto que, actualmente, en algunas de ellas se habían suprimido las medidas de protección para dar una sensación de “cercanía” con los visitantes.
Esto nos lleva a pensar si realmente estos actos vandálicos están sirviendo para concienciar a la población sobre el cambio climático; o si, solamente, pretenden llamar la atención de dirigentes políticos y líderes mundiales para conseguir lo que se propongan. Muchas personas, principalmente los trabajadores encargados de restaurar las obras de los museos afectados, opinan que estos actos son una incongruencia y que únicamente quieren hacer publicidad. Igualmente, los empleados que trabajan en los edificios destinados a la conservación de estas consideran que están más pendientes de ciertos cuadros porque poseen algunos muy representativos, y dejan sin vigilancia a otros.
Un ejemplo muy claro de estas acciones infundadas se pudo observar cuando las activistas pertenecientes a la asociación Stop Fossil Fuel Subsidies atentaron adhiriéndose con pegamento a la célebre obra de las latas de sopa Campbell de Andy Warhol en la Galería Nacional de Australia, pidiendo de esta forma al Gobierno que dejase de colaborar con las industrias dedicadas al petróleo, el carbón y el gas natural. Estas consiguieron salir del museo antes de ser detenidas por la Policía, dado que según las autoridades emplearon un pegamento “de mala calidad”. Horas más tarde, el representante de la entidad colgó en Twitter y demás redes sociales el vídeo en el que aparecían dos personas con unas pelucas pintando en el vidrio protector del mismo.
Pero, ¿realmente se le podría llamar activista a alguien que, para lograr un cambio en la sociedad, daña obras de arte de un valor incalculable y cuyos autores vivieron hace tantos años? Sinceramente, considero que solo pretenden llamar la atención mediante unos problemas que, a pesar de ser muy importantes, la manera que tienen de afrontarlos y defenderlos es claramente errónea. Además, el gasto económico que supone el arreglo de los desperfectos y el daño a la cultura me parece que no justifican estos actos; que no son para protestar sobre el cambio climático, sino que únicamente quieren hacer publicidad. Por estas razones, ¿se les podría llamar activistas?, ¿o deberían ser considerarlos delincuentes?
Marina Chamorro López 3º ESO A