Algunos piensan que tener miedo es de cobardes, pero ser valiente no implica no sentirlo. Soy Víctor, tengo doce años y soy español, aunque actualmente tengo nacionalidad ucraniana, ya que mi padre nació aquí.
Hoy es un día normal, como todos los demás toca ir al colegio. Durante los primeros meses me costó bastante aprender ucraniano y por eso al principio iba retrasado en la mayoría de asignaturas. He hecho algunos amigos aquí, y ellos se sorprenden con el hecho de que sea español.
Ya es por la tarde, el día ha sido como casi siempre, estoy volviendo a mi casa, que está localizada a las afueras de Kiev. Allí me esperan mis padres con la cena preparada, la tomamos juntos mientras vemos las noticias. Ya son las nueve y estamos sentados en la mesa viendo la tele. De repente aparece un comunicado especial en la pantalla, ¡Rusia quería entrar en guerra con nosotros! Iban a reclutar a todos los hombres menores de sesenta y cinco años. Mi padre era uno de ellos. En ese momento sentí una tristeza muy profunda. Todos nos sorprendimos con la noticia, y la sala se quedó en silencio, un silencio bastante incómodo.
Al cabo de un rato éste se rompió, pues mi madre empezó a hablar con cierta preocupación. Teníamos que hacer planes para salir del país nosotros dos, y por otro lado mi padre debía quedarse para servir al ejército.
Al día siguiente nos pusimos en marcha con todo lo planeado. Mi madre y yo nos fuimos a comprar comida y medicamentos mientras mi padre se fue a conseguir todo lo necesario para sobrevivir un par de semanas. Más tarde nos reunimos en casa e hicimos las maletas para irnos al día siguiente. Teníamos que salir de la frontera en coche, ya que los vuelos estaban cancelados debido a la actividad aérea de Rusia, así que fuimos a llenar el coche de gasolina.
Cuando terminamos de cenar dejamos casi todo listo para el viaje, y mi padre montó una especie de refugio en una sala que hay en el sótano. Allí almacenó comida en lata, garrafas de agua y algún arma blanca.
A la mañana siguiente nos despertamos con algo de angustia por lo que estaba ocurriendo, pero independientemente de eso, teníamos que hacer las cosas rápido para poder irnos cuanto antes. Después de media hora de preparativos ya estábamos saliendo por la puerta, y antes de irnos abracé a mi padre tan fuerte como pude, no quería soltarlo de entre mis brazos. Cuando me monté en el coche sentí mucha pena por lo que estaba sucediendo, estaba dejando atrás el sitio donde había crecido, donde me había reído, donde había llorado y donde había vivido todos aquellos momentos que mi mente alcanzaba a recordar.
Al cabo de un rato ya estábamos tan alejados que no llegaba a ver la ciudad, pero todavía quedaban unas cuantas horas para que dejara de pisar esta tierra tan bonita.
Durante el viaje me dio tiempo a reflexionar sobre las complicadas situaciones que se estaban dando en esta dichosa guerra. Ahora mismo los rusos están atacando sin piedad a decenas de familias inocentes que luchan por sobrevivir, mientras otras personas no son capaces de dejar atrás todas las cosas por las que han luchado y se quedan en soledad en sus casas esperando que los aviones militares enemigos no pasen por encima de sus hogares.
Habían pasado unas seis horas cuando empecé a oír voces desconocidas, ¡Parecían rusas! En ese momento me agaché y me tumbé en el suelo del coche, pero de repente oí una voz más familiar, era la de mi madre, entonces me desperté. Menos mal ¡Todo había sido una horrible pesadilla! Me recompuse y me di cuenta de que estábamos cruzando la frontera. Unos policías nos pidieron el DNI y el pasaporte.
Por fin habíamos salido del país. Ya más tranquilos decidimos parar en un bar al lado de la carretera para comer y hacer una videollamada a mi padre, así comprobamos que todo iba bien. Eran las dos en punto. Decidimos quedar todos los días a la misma hora para vernos y hablar.
Recuerdo que tuvimos que hacer noche en un hotel, no dormimos apenas nada, al menos yo, mi cabeza daba vueltas y vueltas, el miedo por lo que nos deparaba el futuro me hacía tiritar. Mamá me abrazaba.
El viaje se nos hizo eterno, pasamos por Polonia, Alemania y Francia, un entorno maravilloso, que en otra circunstancia hubiera estado genial, qué lástima que nuestros ánimos no nos dejaran disfrutar de ello. Finalmente, llegamos a nuestro destino, España. Mis padres habían decidido que era el mejor lugar para nosotros, allí nos esperaba la familia de mi madre, mis abuelos.
Mi familia materna vive en Navarra. Nos instalamos y volvimos a hablar con mi padre, todo seguía bien.
Pasaba el tiempo y mientras nos adaptábamos a nuestra nueva vida, seguimos comunicándonos con mi padre. Ese era mi momento favorito del día. Me encantaba poder hablar con él y sentir que estaba a mi lado por muy lejos que se encontrara. También continuamos viendo las noticias, así nos enterábamos de lo que estaba sucediendo en nuestro hogar, pero me horrorizaba ver todos esos vídeos e imágenes. ¿Cómo nos podíamos estar dañando entre nosotros? Esa es la pregunta que siempre me hacía, me parecía increíble que estuviéramos generando tanta destrucción. Ya estaba harto de ver tantas explosiones, de oír armas disparando, yo solo quería que hubiera paz y que todo volviera a ser como antes, que mi madre, mi padre y yo estuviéramos de nuevo unidos disfrutando de cada momento que pasamos juntos.
Es domingo por la mañana, estamos esperando la llamada, los minutos pasan, suspiros en el aire, por cada segundo que transcurre mi estómago se va cerrando un poco más, los nervios nos inundan…
Papá no llamó.
Han pasado tres semanas, y seguimos sin noticias de mi padre.
Suena el timbre. El cartero entrega una carta a mi abuela. Mamá y yo abrazados y nerviosos leemos:
“El soldado Kovalenco se encuentra ingresado en el hospital militar de Kiev. Deseamos su pronta recuperación para ser trasladado a su hogar”.
Ojalá todos los finales sean como el que he vivido yo…
«El miedo son los monstruos que agitan tu corazón».
Sergio Vaquerín. 3º ESO