En los últimos años se ha desarrollado una tendencia al positivismo. Positivismo ayer, positivismo hoy y positivismo mañana. Vivimos en presente pensando cómo será el futuro, haciendo predicciones sobre dónde viviremos, con quién, cuál será nuestro trabajo, la mascota que tendremos… Perdiendo así la esencia del hoy. Todo el mundo sueña con un futuro bonito, confiando en que siempre será mejor, pero ello es lo que hace que vivamos en presente lleno de quejas y amargura.
El futuro no es sinónimo de mejora. Si no díganselo a la madre soltera que tiene tres trabajos a la vez para poder mantener a su hijo. Díganselo al anciano viudo que ha perdido a su mujer después de sesenta años. O mejor díganselo a ese matrimonio que ha perdido a su hijo en un accidente de tráfico.
El futuro puede ser o no ser sinónimo de mejora. Cada circunstancia y vivencia personal va marcando un camino y no siempre tiene porqué ser mejor que de donde venimos.
Bien es cierto que para muchos, el futuro se ve como algo positivo, algo ansiado. La independencia de irse de casa de tus padres, la satisfacción de tener tu primer sueldo, o el honor de construir una vida con el esfuerzo de uno. Todo suena muy bien, pero todo ello va acompañado de responsabilidades.
Crecer implica madurar, en un futuro pagar un alquiler, mantener una familia y muchas veces aguantar un trabajo que ya no es apasionante.
El futuro es desconocido, incierto y no por ello siempre será mejor. Lo verdaderamente importante es vivir el día a día, centrarse en el presente y tomar las decisiones adecuadas para aquellos que sigan preocupados por el futuro. La vida debe afrontarse día a día, cuando nos queramos dar cuenta ya no habrá un futuro.
Lucía Porras Escalada – 2º Bachillerato