Es de noche y solo hay oscuridad. El silencio absoluto que inunda las calles del pueblo crea una falsa sensación de tranquilidad, pero yo sé que bajo esta sensación algo está pasando. Ignoro este presentimiento e intento volver a dormirme pero mis intentos no hacen efecto. Doy vueltas en círculo en el patio de casa mientras pienso. Pienso en ella, la echo de menos. Dentro de poco amanecerá y volveré a tener que esconderme. Últimamente las cosas se han puesto peor y han empezado a detener a mucha gente, eso me preocupa. Tengo que pensar en dejar el pueblo para huir a Madrid bajo una identidad falsa y poder tener una vida normal; pero junto a ella.
Un pájaro casi desnutrido se posa en el suelo del patio en busca de alguna migaja de pan.
-Aquí todos pasamos hambre-le digo, y le dedico una sonrisa. Aún así voy a buscar algo de pan para dar al animalillo. Vuelvo y abro la mano con unas migas de pan duro, entonces el pájaro se me posa en la mano y empieza a comer como si no lo hubiera hecho nunca. Después me da las gracias con un simpático “pío pío” y yo creo que hasta me ha sonreído, pero los pájaros no sonríen. Esa paz que siento no dura mucho porque unos gritos y golpes en la puerta ahuyentan al pajarillo.-¡Manuel !Manuel¡- exclama la persona que hay al otro lado de la puerta llorando. La voz me resulta familiar, pero en los instantes de trayecto entre el patio y la puerta no logro descifrar a quién le pertenece. Entonces abro la puerta y lo descubro. Es Ana, la hermana de Julia. Cuando veo el pánico en su rostro me asusto: algo ha pasado.
-Tenemos que irnos a casa, ella te quería tanto…-me dice llorando desesperadamente
-Madre no ha querido ayudarla y seguro que ya es tarde-me preocupo de verdad. El pánico me invade y no sé qué hacer.
-Pero, de qué me estás hablando por Dios.- le digo atónito.
-Se ha tirado al pozo esta madrugada-me dice afligida. La mueca de dolor que hay en su rostro pasa al mío, pero aguanto las ganas de llorar.
-Vamos, no hay tiempo que perder- me dice ella. Hay apenas diez o quince kilómetros así que en menos de una hora estaremos allí. Ana va en mula y yo con mi bicicleta. Pedaleo lo más rápido que puedo pero aún así siento que no es suficiente, el trayecto se me hace interminable.
Cuando entramos en el pueblo me sorprende la sensación de tranquilidad que se respira en él. Es similar a la que tenía esta mañana. Parece que nada ha pasado, y eso me molesta. Quiero gritar pero sé que eso empeoraría todo. Finalmente llegamos a la casa de Julia. Es una casa preciosa llena de enredaderas y flores que hacía semanas que no visitaba y ahora me arrepiento profundamente, pero no podía arriesgarme a que me arrestaran, entonces si que no la volvería a ver. Llamamos a la puerta y nadie responde.
-¡Se ha tirado al pozo! – grita Ana con la voz quebrada.
– Cállate ya desgraciada- dice su madre a la vez que abre la puerta.- Y cerrar la puerta, que nadie se entere.- susurra. Me impacta que no quiera pedir ayuda. Me duele que le importe más la opinión de la gente del pueblo que la vida de su hija. Todo va de mal en peor.
-Diremos que ha sido un accidente, que estaba recogiendo agua de noche y que se cayó- la señora está desesperada, fuera de sí. Se le nota en los ojos. De pronto me mira fijamente-¡Todo esto es tu culpa, malnacido!- Siento odio. Su madre podría haberla salvado, pero no lo ha hecho. Ha preferido dejarla morir y que todos piensen que ha sido un accidente. Me da rabia que nadie se haya dado cuenta del problema que hay en su mente para que esta atrocidad haya ocurrido.
Ana me lleva hasta el cuerpo inerte de su hermana. Siempre ha sido tan guapa… Aún recuerdo la primera vez que la vi. Nos conocimos cuando solo éramos unos críos y nos gustaba jugar en el campo. El deseo de volver a esos años en los que realmente nada me preocupaba me invade. Ana hace que se esfumen mis pensamientos cuando me da una carta que jura no haber leído y nos deja a solas. Nadie ha dicho la palabra suicidio. Todas sus hermanas rezan para que Dios las perdone a ellas y no haya represalias. Toda esta situación me produce asco, pero ahora solo pienso en ella. Recuerdo sus ojos verdes, los más bonitos del mundo. Su pelo, castaño claro, está mucho más largo que la última vez que la ví. Ha pasado más tiempo de lo que debería. Acaricio su piel morena, pero ahora está fría. Le agarro la mano y sonrío. Sonrío pero una lágrima cae de mi ojo izquierdo, luego le sigue otra del derecho y cuando me quiero dar cuenta estoy llorando desconsoladamente. La voy a echar de menos. Ya lo hago.
Abro la carta. Está escrita con su preciosa letra. Me encantaba cuando me escribía cartas, pero ojalá que esta no se hubiese escrito nunca. Me tranquilizo y comienzo a leer:
17/9/1942
Para Manuel.
Escribo esto de madrugada. Llevo días sin dormir pensando en si debería o no. En sí Dios perdonará lo que voy a hacer, aunque quien realmente me preocupa eres tú. Supongo que nunca sabré si me has perdonado, o quizás sí, quién sabe.
Sé el dolor que estás sintiendo ahora mismo porque es lo que llevo sintiendo todos estos meses que llevo alejada de ti. Sé que estás enfadado conmigo por lo que he hecho pero desde el momento que supe que me habías olvidado algo en mí cambió y me dí cuenta de que nunca volvería a ser la misma. Me prometiste que me ibas a esperar y que cuando consiguieras el dinero suficiente para huir de aquí nos iríamos juntos a Madrid y empezamos de nuevo sin que nadie nos impidiese amarnos. Que pena que todo se quedaran en promesas. Dos meses tardaste. Dos meses en olvidarme. Cuando mi madre se enteró de lo que estaba pasando entre nosotros dos me obligó a estar retenida en el pueblo para así asegurarse de que no nos veíamos más. Yo le insistía en que lo nuestro era de verdad pero a ella no pareció importarle -“Lo que nos faltaba, que estuvieses con el rojo de Carrizosa”- repetía sin cesar. – “Lo raro es que no esté preso ya” “Por malnacidos como ese murió tu padre, debería darte vergüenza”- decía cada vez que le suplicaba verte de nuevo.
Recuerdo que las primeras semanas venías mucho, tres días a la semana por lo menos; y también nos escribíamos cartas que mi hermana Ana me entregaba sin que mi madre se enterase. En ese momento de verdad creía que me querías. Pero poco a poco disminuyeron tus visitas hasta que un día dejaste de venir. En tu última carta me explicabas que era peligroso para ti y que me lo explicarías cuando fuese seguro. Otra promesa más sin cumplir. Realmente lo malo vino después cuando me enteré de que me habías olvidado y te habías marchado sin mí. Fue un día que para mi sorpresa, madre me mandó a tu pueblo a hacer recados y yo, tonta que fui, pensaba que por fin podría estar contigo. Estaba tan contenta que ni siquiera pregunté a qué se debía eso y fui lo más rápido que pude a Carrizosa a verte. Cuando pregunté por ti en tu casa, tu familia me dijo que te habías ido hacía una semana por miedo a que te arrestaran. Que tenías trabajo en Madrid que no volverías en mucho tiempo. Y que te habías ido con Dolores, una madrileña. Mis ojos sellenaron de lágrimas en el instante en el que oí esas palabras. Todas esas promesas eran falsas. Tú te habías ido y habías encontrado a otra persona con la que compartir tu vida. No me querías. Entonces volví a casa y no he vuelto a salir desde que me enteré. Han pasado ya casi dos semanas. Estos últimos días no he podido parar de pensar en ti. El dolor se ha intensificado, y no puedo vivir con él.
Quiero que sepas que te sigo queriendo aunque tus ojos ya no me miren a mí. No estoy enfadada. Entiendo que puedes amar a alguien igual que yo te amo a ti, pero me duele el hecho de que esa persona a la que amas no soy yo. Te deseo lo mejor del mundo, ya lo sabes.
Siempre tuya, Julia.
Demasiadas cosas a la vez. No puedo hablar ni siquiera. Te has ido pensando que te había olvidado. No podría hacerlo aunque quisiera, y yo pensaba que lo sabías. Pensaba que sabías que todo lo que hemos vivido compensa cualquier otra cosa. Porque yo te quiero a ti, aunque ya no estés, aunque tu te hayas ido pensando en que te mentí, aunque perdiste la confianza en mí cuando yo te confiaría mi vida. Ni siquiera puedo mantenernos en pie y me caigo de rodillas. No puedo parar de llorar, no puedo parar de sentirme el ser más desgraciado del mundo. No puedo soportar esto. Lo único que deseo es estar contigo. Volver a besarte como la primera vez. Ya no me importa que me arresten. No me importa que me torturen para que diga todo lo que sé. La peor tortura es saber que no volverás. Salgo al patio donde sigue Ana y en cuanto me ve me abraza, pero yo no quiero sus abrazos, quiero los tuyos. – Saldremos de esta juntos Manuel- me dice y me dedica una sonrisa. Yo se la devuelvo pero sé que no es verdad. Sé que no saldré de esta.
Vuelvo a casa sabiendo que nada será igual. Soy un cobarde, lo sé; pero prefiero tener una oportunidad de estar contigo a tener que ser valiente, a seguir con esto. Cojo la escopeta de caza y me lo pienso. Lo pienso pero sé que no hay nada que pensar; está decidido. No habrá carta de despedida. No habrá un adiós, apenas tengo de quién despedirme.
Rezo una oración que mi abuela me enseñó muchos años atrás, cuando la miseria no rondaba por aquí, cuando todo era mejor y todos éramos felices. No me asusta la muerte, hace años que estoy muerto. Estoy muerto desde que una bala atravesó el corazón de mi padre en el frente. Estoy muerto desde que se llevaron a mi madre y no la volví a ver. Lo estoy desde que le tuve que explicar a mi hermana que no podemos vivir juntos porque tengo que esconderme de “los hombres malos”. Lo único que me dió un poco de vida eres tú, pero ya no estás. Me despido del mundo. Este mundo puede ser tan cruel y dulce a la vez. Este mundo que tanto he querido y odiado. Puede que sea un loco, puede que lleve razón. Sonrío, no tengo miedo. Me despido, adiós.
Candela Piñana. 4º ESO