“Hay unes poques diputades que están indecises”. Aunque parezca un versículo en francés, te puedo asegurar que es la lengua castellana del siglo XXI. Esta frase célebre fue enunciada por una estudiante argentina a favor del aborto, en un vídeo viralizado este verano pasado. Y aunque parezca una película de ficción cuya sinopsis es la destrucción de la lengua desde la raíz, es un tema que se ha puesto sobre la mesa política y provoca movilizaciones multitudinarias en las calles, la maldad de un inocente fonema en una palabra que parece ofender más que su propio significado.
El lenguaje inclusivo nace cuando el uso del “género cero”, respaldado por la Real Academia Española (RAE), en la Constitución Española de 1978 (“Todos los españoles”) ofende a un colectivo feminista que culpa de un crimen tan despreciable como no especificar “Todos y todas los españoles y españolas” a un histórico-legendario sistema patriarcal que se llevó Francisco Franco a su tumba. Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno y ministra de Igualdad, propone “adecuar la Constitución Española al lenguaje inclusivo, con o sin la RAE” (ABC). Este acto de rebeldía da a conocer cómo de felices estarán las mujeres sabiendo que no tendrán protección laboral si son madres y acabarán en el paro, pero al menos hacen caso a sus plegarias y eliminarán la opresión machista de un deleznable fonema, culpable de tener un “padre misógino” llamado latín.
Para los que no hayan encendido aún el oxidado detector de ironías, citemos al estrado al “Manual de Lenguaje inclusivo con perspectiva de género”, acusado de priorizar el uso no sexista de la lengua en el Gobierno de Aragón en febrero de 2019 como máximo problema. Por alguna razón inexplicable, llamar a un par de niños (niño y niña) “niños” es machista y se debe recurrir al cariñoso apodo que recibe Gollum del Señor de los Anillos, “criatura” (El Mundo). Si demonizar “niños” no era suficiente adrenalina para ti, lector (lectora, lectriz, lectxr, lecter, Hannibal), a la mujer y al hombre se les referirá como “el género humano”, para perder la poca humanidad que queda en estos procesos burócratas.
La misma lucha feminista que batalló por la aprobación del voto de la mujer (Clara Campoamor) y de la igualdad educativa entre sexos (Emilia Pardo Bazán), ahora es la misma que es orquestada en el siglo XXI por una generación de ofendidas con el fonema “o”, que dice no representar a las mujeres. Estamos en una guerra entre sexos en la que un hombre debe aceptar el lenguaje inclusivo por miedo a ser llamado machista, mientras que la mujer se debilita autoproclamándose “víctima del patriarcado”, cubriendo un fascismo contemporáneo donde antes se censuraba una ideología política y ahora el comportamiento normal y libre que había entre hombres y mujeres con la bandera del feminismo.
Fernando Fernández Álvarez (2ºBachillerato)